Tengo una amiga con la que hago viajes únicos de vez en cuando.
El “de vez en cuando” es cada cinco años —pero no nos vamos a pelear por cuestión de perspectiva. Hacemos lo que podemos, y cuando nos juntamos se crea un ambiente lleno de risas, conversaciones profundas y aprendizajes que es difícil explicar o replicar con otras personas.

Este año decidimos ir a Marruecos. Ya habíamos estado en India (cinco semanas) y en Malasia (veinte días), así que doce días nos parecían casi poco. Sabíamos desde hacía meses que el viaje sería el cierre de un capítulo con Meraki, y había muchas expectativas.

Little did we know que unos meses antes nos invadiría la culpa por dejar atrás a la familia y las responsabilidades. Pasé la mitad del viaje llamando a casa, con ese sentimiento maluco en el estómago por haber dejado a mi hija tanto tiempo sin su mamá.
Aun así, disfruté mucho y recorrí más de 2000 kilómetros y unas diez ciudades —sí, demasiado para doce días—.

Volví fan del msemen con amlou en el desayuno y de los couscous tan versátiles y llenos de sabor que nos acompañaban cada noche. No te voy a mentir: quise probar leche de camello, pero me advirtieron que podría ser una limpieza de colon bastante intensa 😅.
En cambio, disfruté leches fermentadas de vaca y vegetales fermentados que servían como aperitivo en casi todos los lugares.
Definitivamente, la cocina marroquí tiene muchísimo que ofrecer… y yo, hasta octubre de 2025, era una ignorante de su grandeza.

Este post lo iré actualizando con los días. Tengo demasiado en la cabeza que quiero contar sobre lo vivido.
Por ahora, solo te dejo con esto: Erg Chebbi debe ser visitado, preservado y elogiado por todos nosotros.
Sus dunas son únicas, y la magia del desierto no tiene réplica.

✨
Y hablando de magia y fermentos…
Si te quedaste con ganas de conectar, aprender y compartir sabores vivos, este sábado tenemos el taller de kombucha en Meraki.
Quedan pocas plazas, así que si te animas a venir, te dejo aquí el enlace para reservar tu lugar 👉 Taller 15 de noviembre